jueves, 30 de mayo de 2013

Las viejas diapositivas

Roland Barthes en La cámara lúcida afirma que "Hay algo terrible en toda fotografía: el retorno de lo muerto".

Digitalizo viejas diapositivas y aparecen los fantasmas de un tiempo definitivamente ido, mientras suena Roadhouse Blues de The Doors, en una versión excepcional junto a John Lee Hooker. Aquí aparecen dos niños en una calleja de la Holanda marítima. El fotógrafo pasaba por allí y captó sus figuras huidizas.



                                             
                                                                       Angelo Prey@: Monnickendam, Holanda.


Ahora estamos en el malecón de La Habana, cayéndose a pedazos, como tantas otras cosas. Acababa de descargar una tormenta. La gente volvía a salir a la calle. ¿Y qué ponemos de fondo para no caer en la melancolía fácil? A Katie Melua cantando Shy Boy. Y que siga rodando el tiempo.



               
                                                                         Angelo Prey©: La Habana.


¿Por dónde seguimos? De paseo por los valles pelados de Petra. Una joven madre beduina posa con su bebé. Una de las fotografías más entrañables que he traído de mis viajes. Está hecha con una vieja Rollei de 35 mm. Una modesta pequeña joya que me ha acompañado por todas partes, antes de los facilones artilugios digitales. Cabía en un bolsillo y funcionaba a la perfección, con su maravillosa lente Sonnar. Cuando no era oportuno ir cargado con la Nikon y toda la impedimenta de lentes (varios kilos y un buen mochilón), allí estaba la Rollei para que no te quedaras sin robar alguna imagen. ¿Y la música? Vamos al Café Atlántico a escuchar a Cesaria Evora.



                                                                     Angelo Prey©: Petra, Jordania.





martes, 14 de mayo de 2013

Vamos por buen camino... hacia el infierno.

           
                                                                           Angelo Prey ©


Esto va que arde. Mendigos clásicos y los recién llegados, expulsados de la rueda de la fortuna a la zona menos cómoda de la existencia. En la parada del autobús, un hombre joven, provisto de unas pinzas metálicas, extrae cartones del contenedor municipal, apila minuciosamente un montón de cajas y se las lleva consigo. En el metro, entre el atontamiento general y las pantallas comecocos que ensalzan la gran labor que lleva a cabo el Ayuntamiento, menesterosos de toda clase y condición tratan de despertar la piedad de los viajeros para que se rasquen el bolsillo. Todo queda en casa, en el reducto residual de los pobres, muy lejos de las zonas protegidas, vigiladas, impenetrables, de los que siguen gozando de una vida plena, a buen recaudo sus posesiones muebles e inmuebles. La resignación tiñe la ciudad como una nube tóxica. En grandes carteles imaginarios se puede leer con letras fluorescentes: ¡NO HAY FUTURO, OS LO HEMOS ROBADO!

Los autistas de la Carrera de San Jerónimo y demás parlamentos autonómicos, inmersos en la gran pecera de la autosatisfacción, se regodean con la usura del tiempo, un aliado acomodado a sus cuentas bancarias que crecen y crecen al mismo ritmo que menguan las de los expulsados del sistema. Los zombis de encefalograma plano atestan, mientras tanto, las terrazas al arrimo del sol de mayo, consumiendo frenéticos todo tipo de pócimas. Mientras haya algo que beber, cualquier comistrajo que zampar, este rebaño no provocará mayores inconvenientes. Están bien adiestrados. Lustros de "operaciones triunfo" y de "grandes hermanos" han ahormado las ya de por si escasas neuronas al ritmo de la banalidad y el sometimiento. Esclavos felices que balan mientras triscan los feraces pastos del autoengaño.

Los benéficos partidarios del optimismo ciego auguran despertares al ritmo de las manifestaciones. Los dueños del cortijo, desde ventanales insonorizados, se descojonan de risa, mientras liban a sorbitos cócteles galácticos. No les llega ni el ruido. Sólo ven a gente que va de paseo, otro tipo de procesión menos interesante que las de los cristos y las macarenas. Y más cutre, mucho más cutre, ¡dónde va a parar!