martes, 3 de junio de 2014

¿Dónde fundamos la 3ª República?

En los planes de estudios (desastrosos) de las últimas generaciones, se estudiaba mucho el "entorno" y los "bichos", pero nada de lógica. Esta disciplina no pertenece al acervo cultural de este país. Tampoco se ha ofrecido, por lo que parece, una visión cuando menos somera de nuestra historia. Sólo así se explica que esas buenas gentes (y algún pescador que otro de ríos revueltos) se hayan lanzado en tropel a la Puerta del Sol nada más oir la abdicación del Rey, en un amable e infantil ejercicio de alzar las banderas republicanas, a la espera de que un nuevo Alfonso pase por allí con su cámara y los inmortalice. ¿Saben a lo que están jugando? ¿Tienen idea de lo que ocurrió en realidad en aquellos tiempos? ¿Conocen cómo terminó todo y las terribles consecuencias que tuvo ese desenlace para millones de españoles? Evidentemente, no. Por eso se permiten esa dosis de frivolidad, esa visión romántica, edulcorada y falsa de lo que en realidad pasó hace 83 años. Y que bien podría volver a ocurrir, tal y como está el patio.

Hagamos un pequeño ejercicio memorístico para luego analizar la situación actual, parecida terriblemente en algunas cosas; no en todas ni mucho menos, pero sí en algunas esenciales. 

La caída de la monarquía, el 14 de abril de 1931, fue no sólo el fruto del voto a favor de los partidos republicanos de una mayoría de votantes en unas elecciones municipales, sino la consecuencia inevitable de los graves errores continuados de la propia monarquía, muchísimos más graves que ir a cazar elefantes o tener un yerno presuntamente mangante. El primero de ellos, unas guerras coloniales montadas para beneficio de la casta militar y los terratenientes, a cambio de las vidas de miles de soldados de las clases más bajas que no podían pagar para no ir a la guerra. (Sí; se pagaba para no ir al frente, el que podía). Arturo Barea, en el primero de sus libros de la trilogía "La forja de un rebelde" narra con detalle la guerra de Marruecos, donde empezó la fulgurante y despiadada carrera de Franquito (así le llamaban sus compañeros de armas hasta que se hizo generalísimo). Es un relato brutal que narra sin anestesia cómo era España en aquella época: un infierno. Con un proletariado (todavía existía) explotado hasta el límite, sobreviviendo en la miseria y represaliado sin piedad por las fuerzas del orden. De lectura inexcusable para entender de dónde venimos en la historia reciente. 

                                      Proclamación de la 2ª República. Puerta del Sol.

Y llegó la Segunda República, flamante y dicharachera, llena de buenas intenciones que apenas pudo cumplir. ¿Porque se lo impidieron los golpistas? Ese fue el remache final. Ya desde el inicio, las luchas a muerte, no sólo entre derechas e izquierdas, sino entre los propios partidos republicanos, hicieron inviable un proyecto político donde cupiera la mayoría de los españoles. Lo que el país necesitaba con urgencia en 1931 era un desarrollo social y económico que le sacara de la edad media donde seguía empantanado. (Ahora no es el medievo, pero tampoco el país desarrollado y moderno que nos quieren vender los propagandistas). Y para eso se necesitaba un acuerdo político y social que no se alcanzó jamás. Los intereses de la secta, del grupo, pudieron más que el sentido común. El egoismo y la miopía triunfó de lejos sobre la sensatez y la decencia. ¿Les suena de algo?

En el momento actual todavía no han aparecido las pistolas, afortunadamente, pero entren en cualquier blog de los que pueblan el planeta España y observen las toneladas de odio que fluyen por sus venas, a diestra y siniestra y de arriba abajo. Como dijo el clásico: "Los unos contra los otros y dios contra todos". Un extraño, peligroso y demente vaso comunicante que acerca 2014 a 1931: negación y estigmatización del que no piensa como nosotros, sectarismo vulgar, semi analfabetismo y ordinariez en los planteamientos, reduccionismo interesado en las opiniones, ocultación o mentira descarada de los hechos, interpretación interesada de los acontecimientos. Y sobre todo, amenazas, insultos, más insultos, barbarie y bestialidad. (Un ambiente ni calcado del que se vivía en nuestro país antes y durante la 2ª República). Por cierto, aprovechando el caos de la Guerra Civil, Cataluña proclamó su independencia. Estaban tan ocupados en ello que el ejercito golpista de Franco entró en Barcelona sin pegar un solo tiro. 


                                           La calle Preciados de Madrid durante la guerra.

La Guerra Civil, aseguran cargados de razón algunos, la perdió la República gracias a la ayuda prestada a Franco por Hitler y Musolini, y la vergonzante no intervención de los países democráticos. Esa es una verdad a medias que cualquier estudio serio del desarrollo del conflicto tira por tierra. La maldita realidad es que las peleas internas en el bando republicano hicieron inviable ya desde el año 1937 la posibilidad de derrotar al enemigo. Lean, entre otros, a los anarquistas Abad de Santillán y Cipriano Mera, al comunista Enrique Lister, a los socialistas Largo Caballero, Indalecio Prieto y Luis Araquistain, al republicano y presidente de la 2ª República, Manuel Azaña... y tantos otros. Tampoco pasen por alto "Así fue la defensa de Madrid", del general Vicente Rojo. Y ya me contarán. Unos ejemplos:

Si Franco hubiese querido debilitar nuestras fuerzas, desmembrarlas, desmoralizarlas, preparar el terreno para su victoria, no habría podido encontrar mejores instrumentos que los órganos dirigentes de los partidos y organizaciones de la España republicana...(  ) Otro factor de desmoralización ha sido la conducta privada de los altos jefes. Se reprochaba, por ejemplo, al jefe de la 37 división en Castuera, teniente coronel Cabezudo, que llevaba una vida lujosa de sibarita, hasta recibir visitas de autoridades civiles con su querida sentada en las rodillas, ídolo de lujo con esclavinas en los tobillos. Las queridas, las juergas y las riñas entre el jefe de ejército y el de la división en la misma vigilia de la catástrofe...(  ) El proselitismo mediante la corrupción, el halago, los ascensos, los favores, las coacciones de todas clases, hasta en las mismas trincheras, creó un ambiente de descomposición y de disgusto que debilitó la combatividad y la eficiencia del aparato militar... Abundan en demasía afanosas intrigas y recomendaciones para no ir al frente, y personalidades ultra revolucionarias de la retaguardia hacen lo imposible por eludir sus obligaciones militares al ser llamados sus reemplazos. Y entre comisarios, personal destinado a servicios pseudo-industriales, auxiliares, etc., etc., queda fuera de filas más de un treinta por ciento de las levas. (Abad de Santillán: "Por qué perdimos la guerra").

                                            Niños muertos por los bombardeos franquistas. 

Otra vez la cantinela de la unidad, a pesar de todo lo ocurrido, ¿para qué? ¿Para hacer el juego a los comunistas y a la política soviética? ¿Para que vuelvan a gobernar en España los hombres más incoscientes y más ineptos? ¿Para encubrir a los que en sus checas y en los frentes, por la espalda, asesinaron a centenares de españoles que no se doblegaban al partido comunista?... ¿Para envolver en un silencio de complicidad a los que convirtieron el poder en una orgía de variados placeres, en un instrumento de refinados suplicios y en una cínica ganzúa?... ¿Para echar un piadoso manto a los que tricionaron al Partido Socialista, a la República y a España?  (Luis Araquistain: "Sobre la guerra civil y en la emigración".)

Estos son algunos análisis y testimonios de dos de los personajes citados más arriba, un anarquista y un socialista. Ellos y los demás, testigos en primera línea de aquel tiempo y todos coincidentes en que aquella experiencia fue un completo desastre, un fracaso sin paliativos. Pero, el dato esencial que no conviene olvidar es que la Guerra Civil es un episodio más, el último, el más terrible, de la bella y malograda 2ª República. Donde pudo más la barbarie, el egoismo, la brutalidad, la incultura, la golfería, que los valores de justicia y libertad que proclamaba su Constitución.

De esa época terrible sólo se salvan en la memoria de las gentes honradas, aquellos que lo fueron. Los que dejaron sus vidas defendiendo la dignidad, el derecho a ser libres. Los que, se esté o no de acuerdo con ellos, fueron coherentes con lo que proclamaban y lo fueron hasta el final. Como Julián Besteiro, que pudiendo haber salido al extranjero cuando lo hubiera querido, se quedó en Madrid hasta caer en manos de los golpistas, que lo asesinaron cobardemente. A los señores del gobierno republicano que le proponían ir de embajador a Buenos Aires les contestó "Cómo voy a abandonar en estos terribles momentos a las personas que me han votado. Me quedo con ellas". Y así lo hizo. Era un socialista. De los de verdad. Con gente como él hay que construir la 3ª República. Todo lo demás ya saben a dónde nos lleva.

lunes, 2 de junio de 2014

Los atroces y su imperio del yo

La historia ha entronizado a los atroces.
Me consagro a la duda, el escepticismo es nuestro único botín en tiempos de decadencia, y un sistema para aplazar el imperio del yo, para delatar su impostura.
                                                                                           
                                                                                   (Emil Cioran)



Los atroces y su imperio del yo. Ahí siguen. Unos se van y otros llegan, cortados por los mismos o peores patrones. Montados en los globos de la autosatisfacción. Con trajes a medida y cobarta de seda, o el uniforme ramplón de coleguilla en la asamblea urbana. Pero todos arrastrando unos egos enormes que les escurren a churretones. Unos, tapando mentira con mentira, para mantener la posición. Los otros, vendiendo lugares comunes de barra de bar, como si se tratara de un descubrimiento científico que cambiará la faz del planeta. Y demagogia a carretadas, volquetes de obra -ahora que están en paro- atestados de las vulgaridades que mejor cuadran con la desesperación, el hartazgo o la desinformación. Todo avejentado, muerto antes de nacer. Y es que la realidad es más sencilla y a la vez más complicada. Pero, en cualquier caso, no pasa por repetir sandeces hasta que se las aprendan los incautos, ni por proclamar lo que quieren oir los fervorosos que nos aclaman.

Este país, además de la golfería congénita, tiene un gravísimo problema que se llama estupidez. Una plaga que atraviesa la sociedad de arriba abajo, y de la que pocos se salvan.  La estupidez implica la falta de cultura, de conocimiento en profundidad de los temas, de educación -entendida ésta, no sólo como una buena preparación académica, sino como las herramientas indispensables de comportamiento social-. La estupidez provoca otras enfermedades, daños colaterales: el amor al rebaño, la apetencia por la vanalidad, el desprecio por los valores y las cosas bien hechas. Valores que exigen reflexión, estudio, dedicación, disciplina. Todo lo contrario de la apetencia nacional al compadreo, el amiguismo, el hablar de oidas, la cuchipanda, la chapuza, el "aquí te pillo aquí te mato", el "tente mientras cobro".

                                                                              ©Angelo Prey

La nueva casta de demagogos de rebajas medran acusando a los viejos paquidermos artríticos de inoperancia, falsedad y sinvergonzonería. Todo eso ya lo sabíamos, es de dominio común. ¿Y qué más? ¿Cómo piensan conseguir que los habitantes de este país se conviertan en justos y benéficos, como pretendían los pardillos constitucionalistas ilustrados? ¿Por decreto ley? ¿O va a ser una medida revolucionaria, votada a través de las santas y mártires redes sociales, las nuevas diosas del Olimpo? ¿Les van a explicar a los adictos a la tecla minúscula y la pantalla mínima que desde la fundación del Reino de España en el siglo XV, esto ha sido un desmadre, un despropósito, un ladrocinio, cuando no un crimen de lesa humanidad? Que aquí lo que ha aprendido la gente, con el ejemplo que le daban "los de arriba", ha sido fundamentalmente a engañarse unos a otros para sobrevivir, a delatar para quedarse con los bienes del vecino, a fusilar para proteger los privilegios, a quemar en la hoguera para defender el trono del obispo. Que aquí comercio es igual a trampa y la palabra dada equivale a "si te he visto no me acuerdo". Que mientras los estados protestantes vecinos  medraban no sólo con el pillaje de las colonias, sino con intercambios comerciales basados en la seriedad y la honestidad de las transaciones, aquí, además de llevarse todo lo llevable de América, se dedicaban a malgastarlo y a vivir del cuento. En definitiva, que no hemos inventado nada relativo a corrupción, brutalidad y desprecio por lo público, desde hace varios siglos. Que todo esto no es nuevo, sino el resultado de una historia común desastrosa y envilecida.

                                                                           ©Angelo Prey

Y ese estado de cosas enquistadas, rancias, cosidas a la genética patria, ¿lo piensan cambiar de un plumazo, o con unas nuevas acampadas urbanas ahora que llega el calor? Los productos de consumo, desde los coches a los medicamentos, pasando por las lavadoras y los móviles, ¿los vamos a seguir comprando a los que los diseñan, o nos vamos a poner a hacerlos aquí? ¿Vamos a ser capaces de pasar de poner ladrillos a inventar alta tecnología? ¿Cómo, si los jóvenes más preparados, los que hablan idiomas y se han esforzado estudiando durante años mientras otros pintaban la mona, se han largado a países donde les reconocen y pagan sus méritos, en un nuevo exilio, de los muchos que aquí ha habido?

La panacea, según nos cuentan, es demoler la llamada Transición y, de paso, proclamar la III República. Como si los problemas estructurales del país provinieran tan sólo de este periodo y se fueran a arreglar con ese acto mágico-simbólico. Pero, en cualquier caso, para no llamarnos a engaño, recordemos que todo el crecimiento que se ha producido en España en el pasado inmediato (esa etapa gloriosa de dinero fácil, donde nadie protestaba, se conoce que porque también estaban participando del reparto); ese crecimiento -dicen las estadísticas- lo ha sido a base de deuda, no de salarios ni de beneficios, porque tenemos unos índices de productividad más que bajos, bajísimos. Nuestro país tenía en 2006 igual productividad que Suecia en 1975. ¡Olé! ¿Piensan, estos mirlos blancos de la política telegénica, elevar la productividad con recetas de plantas medicinales, nacionalizando empresas y bancos, o implantando la  CPVPV (Comisión para la Promoción de la Virtud y la Prevención del Vicio)? Deberían contárnoslo, lo mismo nos sorprenden. Por cierto, cuando pienso en algunos y algunas de los que tienen más posibilidades de ser presidentes de la república, se me abren las carnes y las tengo que poner en adobo. 

Tampoco estaría de más que en un rato libre, entre guasap y guasap, leyeran los proclamadores republicanos algún libro serio sobre la II República y cómo acabó. A lo mejor se les quitan las prisas y se dedican a preparar su advenimiento con más calma, no vayamos a cometer parecidos errores y dislates, que tiene pinta de que volvemos a transitar las mismas trochas inciviles y adocenadas.